Antes de tomar los postres te lo susurré vehemente al oído: “Dama esta noche quiero sorprenderte con un juego en que tú deberás estar pasiva…”. Me miraste inquieta por un instante, justo el tiempo que tu mente enseguida imaginó a que me podía estar refiriendo, y entonces esbozaste una sonrisita de complicidad. Sé que te había causado una agradable sensación mi propuesta por el leve estremecimiento que noté en tu cuerpo, y lo corroboró la frase que dijiste: “Espero que me hagas gozar mucho”.
Debo confesar que llevaba tiempo pensando en pedirle a la Dama practicar este juego erótico por considerarlo el preludio perfecto para terminar haciendo el amor con una mayor pasión a la que habitualmente nos entregábamos en nuestros encuentros. Me excitaba grandemente el pensar que realizar este juego nos iba a llevar a un extraordinario deseo de poseernos al finalizarle y por eso me pasé varias noches imaginándome la forma en que debería atarla para poder poner en práctica cuanto tenía ideado para proporcionarle unos placeres desconocidos.
Finalizada la cena que había elegido especialmente para ir escenificando cuando vendría después, me dirigí al ropero y cogí un pañuelo de seda color malva. Con él en la mano lo rocé sobre tu cuello y los hombros, lo que provocó que un escalofrío recorriera tu cuerpo. Te suponía que estabas en un estado de semi excitación por lo que te imaginabas y con cierta ansia que te producía el morbo de desconocer los detalles del juego, por eso volví a susurrarte al oído:
“Cielito, esta noche no hay prisa para nada. Hoy ordeno yo, y tú tienes que dejarte llevar por mí…tienes que ser sumisa para que todo vaya conforme a lo que tengo preparado”.
Seguidamente te vendé los ojos anudando el pañuelo en la nuca. Ahora estabas a mi merced y por fuerza tenías que seguir mis indicaciones, así que te ayudé a levantarte de la silla y comencé a desprenderte del vestido que fue deslizándose por tu cuerpo hasta caer al suelo. Desabroché el brasier y tus pechos aparecieron exultantes al ser liberados de la opresión de la fina prenda.
Y así desnuda, tan solo cubriendo tu rosita la levedad de unas braguitas negras te voy conduciendo hasta el dormitorio mientras voy besando tu cara y el cuello para continuar por los hombros. Te estremeces al sentir mis labios rozarte suavemente tu fina piel y presiento que estás alcanzando un punto mayor de excitación, lo que me alegra porque estás pasando de la incertidumbre del inicio juego a sentirte dulcemente dominada por las caricias que delicadamente te proporciono y ello propicia que seas sumisa, quieres ser sumisa, muy sumisa, porque imaginas que ello de dará mucho placer esta noche.
Te acuesto en la cama suavemente y con cariño te acaricio el rostro. Quiero que me sientas en todo momento. Pienso que estarás intrigada, quizás algo nerviosa al tener tapados los ojos y especialmente ansiosa de ir comprobando lo que tengo preparado para ti, por eso procedo a desnudarme con rapidez y al escuchar el ruido de la ropa que voy quitándome me preguntas qué hago, y cuando te respondo, de tu boca sale la expresión: “ Hummmm….que delicia…”
Me sitúo en la cama a la altura de tu vientre, que beso con fruición, para seguidamente quitarte las braguitas con los dientes agarrando el elástico con ellos y deslizarlas por los muslos y las piernas hasta sacarlas por los pies. Ahora estás espléndida en tu total desnudez. Sabes que tu cuerpo es muy apetecible para mí y ello hace que al contemplarle en esa posición aumente la excitación que ya tenía, pero debo contenerme, porque mi misión esta noche apenas ha comenzado.
Extraigo de la mesilla un frasquito que contiene un aceite muy ligero y perfumado y comienzo a expandirle con mucha delicadeza por tu cuerpo.
Recorro tu piel dulcemente con mis manos, desde la cara y el cuello, jugueteando caprichosamente sobre tu cuerpo, llegando a los pechos suavemente con un roce casi imperceptible para la vista pero no para tus sentidos, y los pezones se ponen duros, agradecidos, mientras de tu boca salen gemidos y yo sigo mi camino.. Estás deseosa, lo sé, y tienes ganas de que siga con ese masaje explorando tu cuerpo.
Sientes el líquido acariciando el vientre y vuelvo a recorrer los senos, agarrándolos y pellizcándolos, para después deslizar las manos con facilidad por tus piernas y untarte toda hasta que llego al pubis donde juego a su alrededor pero sin tocar lo que ahora tanto deseas.
Me suplicas que siga, que no me detenga ahí, y para complacerte acaricio tu vagina con los dedos de la mano, recorriéndola de arriba abajo al tiempo que se humedecen porque estás muy mojada. Jadeas con mayor intensidad y mueves las caderas porque quieres más….mucho más, pero el juego tiene que seguir….
Llevo a tu boca uno de los dedos lubricados en la rosita para que saborees tus propios jugos y lo chupas varias veces con satisfacción. Los dos sabemos que a estas alturas estamos muy deseosos, que se nos ha disparado la libido, pero prevalece el sentido de buscar nuevas sensaciones antes de consumar el intenso acto sexual que buscamos, así que para continuar, desciendo de la cama un momento.
Con una cuerda de algodón amarro tus muñecas a los barrotes de la cama. Te dejas hacer porque te encuentras en un estado lleno de plácidas sensaciones, que se acentúa al sentirte dominada. Te ha gustado el rol de hembra dominada por el macho y esa sumisión a que voluntariamente te sometes te excita aún más porque en tu interior reconoces los placeres que estás sintiendo bajo la férrea disciplina que impone el juego.
Y por ello, una vez atada, separo tus piernas para evitarte la tentación de querer rozarte con los muslos buscando desahogarte. No, esta noche no puedes buscar placer tu cuenta. No puedes utilizar tus dedos ni tus muslos para acariciarte. El encargado de darte placer solo soy yo.
Y para ello ahora tengo en mi mano una pluma larga y blanca.
Con ella voy acariciando tu cara muy suavemente con el fin de que afloren en ti sensaciones muy sutiles, quizás demasiado dados lo caliente que estás a estas alturas de la noche, ya que te encuentras en la frontera de la excitación a punto de traspasar el punto del éxtasis completo.
Continúo deslizando la pluma por la fina piel y con tus constantes gemidos acompañando el movimiento de las caderas, así como la elevación del pubis a cada instante, parecen suplicarme que quieres sentir algo de verdad y no algo casi virtual, pero eres cumplidora y aguantas las marejadillas de placer que te van subiendo por las piernas unidas a las sensaciones confusas que te van invadiendo al estar deseando que te llegue un orgasmo.
El oír tus jadeos y espasmos me está llevando igualmente a mí al paroxismo del placer. Mi pene mantiene una fuerte erección permaneciendo muy lubricado y constantemente me llegan deseos de quitarte la venda y desatarte para subirme encima de ti y cabalgarte con ansia, pero debo contenerme porque aún tengo que seguir excitándote como exige este juego que practicamos de mutuo acuerdo.
Llego con la fina pluma a tu húmeda vagina y me entretengo rozándola delicadamente por ella. Estas suaves caricias en los mojados labios y alrededor del clítoris hacen que tu cuerpo se convulsione. Tus brazos se estiran y contraen haciendo fuerza como intentando liberarse de la atadura y las caderas giran de izquierda a derecha. Ya no aguantas más y cada vez que notas la caricia de la pluma cierras las piernas y aprietas los muslos elevando el pubis. Un grito más fuerte me indica que te has ido y te ha llegado un orgasmo muy intenso. Me alegra contemplar esos espasmos que el placer produce en tu cuerpo y que tanto me excitan.
Cuando te serenas me acerco a tu boca y beso suave tus labios varias veces. Al sentir mi cálido aliento vuelves a estremecerte y mi lengua ávida de deseo entra en la boca para besarnos como si nos fuera la vida en ello. Nuestras lenguas se acarician suavemente, nuestros labios se unen fuertes y nuestras respiraciones van unidas. Al rato me dices susurrando: “Bebote….te deseo….tengo mucho fuego en mi rosita…no seas travieso niño…uffff…que ganas tengo de ti...”
Mi respuesta te deja intrigada al decirte que esperes un momento, que tengo que ir a la cocina a recoger algo. Y entonces empleas un tono simulando disgusto para decirme:
“Cielito no me dejes sola mucho tiempo, sigo algo nerviosa y con deseos de ti, de tus manos, de tu cuerpo, de que hagas conmigo lo que quieras, pero yo sigo vendada de mis ojos y no sé lo que tú haces…se me va hacer eterna tu ausencia”.
El cuenco con cubitos de hielo que he tomado del interior del frigorífico lo deposito en la mesilla sin hacer ruido para no desvelar nada a la Dama ya que deseo sorprenderla pues el factor sorpresa es muy importante en esta ocasión. Vuelvo a acostarme a su lado y mi mano empieza a acariciar su maravilloso cuerpo. La Dama reacciona tan pronto nota las caricias y me lanza besitos con los labios.
Mis labios van recorriendo tu cuello y los lóbulos de las orejas hasta descender a los pechos cuyo contorno recorre mi lengua a intervalos para causarte más impresión con las caricias. Seguidamente poso los labios en los pezones y los succiono un tiempo para pasar a lamerles con la lengua consiguiendo que se endurezcan y aparezcan desafiantes. Vuelves a gemir y a moverte levemente de un lado a otro lo que me indica que nuevamente estás excitada y con deseos.
A ese estado de calentura quería que llegaras, así que tomo un cubito de hielo que paso por tu cuello primeramente. Al sentir el frío, una descarga eléctrica parece recorrer todo tu cuerpo haciendo que tu piel se erice por completo.
Ahora el cubito de hielo roza los pezones y la piel de tus pechos, lo que hace que vuelvas a estremecerte cada vez que lo sientes. El frío está consiguiendo llevarte a un nuevo éxtasis y aumentan los gemidos. Por mi parte creo que no voy a poder aguantarme por más tiempo las ganas de penetrarte. De tanta excitación estoy desazonado y con más frecuencia me toco el ardiente pene intentando contenerme hasta finalizar el juego.
Coloco otro cubito en tu boca, lo que agradeces porque tantas sensaciones por las que estás pasando han secado tu garganta y necesitas algún líquido frío para que desaparezca esa sensación de sequedad que te embarga.
Yo espero a que lo chupes y se vaya deshaciendo en tu boca y en ese intervalo me he deslizado por la cama hasta llegar a tu pubis y acerco mi boca a tu sexo para saborearle. Al sentirlo te muerdes el labio porque estás a punto de enloquecer de placer, no aguantas ya que el deseo es demasiado grande y quieres que sea ya….
Mi lengua acaricia el clítoris al tiempo que tus caderas se contonean, queriendo que la caricia continué más y más. Sigo con la exploración suavemente, recorriendo los labios de arriba abajo para después lamer de nuevo el henchido clítoris. Tus piernas quieren ayudar y las separas aún más, alzando el pubis para sentir más profundas esas caricias. Por tus gemidos sé que si continúo masturbando tu sexo con la lengua no podrás aguantar más, así que me incorporo y desato tus manos con rapidez y tú te deshaces del pañuelo que vendaba los ojos. Los abres y cierras varias veces para tomar conciencia de la realidad y seguidamente me coloco encima de ti y te penetro.
Estás sintiendo la dureza del pene y mi total excitación y ello hace que te sientas desfallecer de gozo. Tus pechos se mueven al compás de mis entradas y salidas, tus manos me sujetan firmemente para que cada movimiento sea más profundo e intenso. Mientras, mis jadeos y tus gemidos forman una melodía sensual que sale de nuestros cuerpos porque vamos a llegar al orgasmo, a la gloria, a la placentera culminación de nuestras sensaciones… y cuando esto sucede, coincidiendo al mismo tiempo, te beso como si quisiera arrancarte el último gemido y entre espasmos de placer nos fundimos…tú te has entregado por completo en este juego y yo como siempre he procurado hacerte feliz.