jueves, 8 de octubre de 2009

¿A que sabe el pecado?




Las 10 de la noche, día agotador, de calor insoportable,

después de una relajante ducha me

voy a la cama, desnuda, tal como me gusta dormir,

no soporto ni los pijamas ni los camisones,

con esperanzas de conciliar el sueño.

Varias vueltas, poner el aire y más vueltas,

no hay forma de relajarme.

Me levanto, me voy al refrigerador, agua fresca,

umm ganas de bañarme con ella…

pero tengo una idea…un cubito de hielo, o mejor dos.

Me los llevo a la cama, umm que gusto que refrescante

sentir su frescor en mi cuello, en mis hombros,

la piel se me eriza, pero la sensación es maravillosa.

Acaricio mis pechos, mis pezones se alteran,

creo que más que refrescarme

terminare sintiendo más calor,

pero una vez empezado no hay vuelta atrás…

Voy bajando por mi abdomen, mi cuerpo reacciona,

con suaves respingos, esta erizado por completo,

pero me gusta, umm la excitación es fantástica,

bajo por mis ingles, mis piernas se dejan vencer y se relajan,

se abren quieren jugar…

Paso uno de los cubitos por mi sexo,

suave muy suave solo rozar,

ummm delicioso, voy excitándome

poco a poco y el calor sube,

ummm y pensar que esto era para refrescarme…

Un cubito de hielo en mi boca, bajando por mi cuello,

acariciando mis pechos, mis duros pezones,

el otro en mi sexo, rozando mi clítoris,

que no sabe si excitarse o esconderse del frio,

bajo hasta mi vagina, está caliente, húmeda,

siento como el hielo se derrite más deprisa,

y sigo acariciándome con él, tomo los dos trozos de hielo

en la misma mano y sigo acariciando mi sexo,

mi excitación esta al máximo,

dejo los hielos a un lado para seguir con mis manos,

ummm delicioso, maravilloso, genial,

una oleada de placer recorre mi cuerpo…

después de unos minutos de total relax, llega el sueño…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Era lunes, tan tedioso como cualquier otro lunes, 10 de la mañana cuando Él y Ella, con la cabeza baja, como si buscaran el último penique desparramado sobre el zócalo, casi se entrechocan en el intento de introducirse en el ascensor que les llevaría a la novena planta de sus despachos.
Ella no hacía mala cara, pero sus gafas negras protegiéndose de su sueño o del maldito fluorescente del interior de ese elevador, se adivinaba una noche excitada, un fin de semana de agua en su piel.
Él, media sonrisa en sus labios, gafas oscuras refugiándose de otras miradas, esperaba la llegada a esa novena planta como el sexto cielo de su fin de semana.
La travesía de fin de semana les había dejado exhaustos, habían navegado con placer por sus cuerpos, descubriendo cada cala y recoveco de su piel.
Seguramente, la media sonrisa de Él, recordaba la travesura ardorosa de Ella mientras navega hacia esa cala donde atracaría su yate. Durante el manejo del timón, Ella le regaló su excitación, desnudándose, acariciándose ante sus ojos, abriéndose y masturbándose para excitarlo, fue, como si la proa del yate penetrara dulcemente y salvajemente a la vez, en el interior de su vagina, abriéndose entre el oleaje como olas de mar en su sexo.
Al abrirse la puerta del elevador, Ella, no hacia mala cara, quizás sus gafas querían impedir la sonrisa de sus ojos a la vista de otros colegas, colocó primero su pie izquierdo sobre el mosaico, luego su pie derecho calzado en zapato con tacón de aguja y, sin palabras necesarias, dirigió sus pasos hacia su despacho. Mientras, Él, tras poner su pie derecho en ese rodapié, regaló su espalda como saludo a la espalda de Ella.
Este mismo día, lunes noche, recordando esa pasión entregada en fin de semana, no podía conciliar el sueño. El calor y la ausencia de Él, le mojaba el cuerpo de angustia.
Se dirigió a la cocina y se hizo con unos cubitos de hielo. Deseaba refrescarse, deseaba enfriar su cuerpo encendido por sus pensamientos.
Se dirigió a la cama, desnuda, como se encontraba desde que llegó a casa después del trabajo, le gustaba pasearse así; desnuda de trapos y palabras.
No sabe que tiempo transcurrió, unas caricias de sus dedos en sus pechos; unas manos que despertaron su sexo, su clítoris, la adormecieron tras el orgasmo.
Creía que estaba recomponiendo esa escena en su sueño temprano. Sintió el vello de su piel como despertaba de nuevo. Sintió un calor conocido, caliente y húmedo a la vez. Notó como unos dedos acariciaban la aureola de sus pechos, despertando sus duros pezones. Sintió como se entreabrían sus piernas, sus muslos aguados. Sintió como si un filete sin hueso, contorneaba sus labios. Abrió los ojos y, sin sobresaltos, los volvió a entornar. Vio que no era un sueño, que Él había vuelto para refrescar su noche. Sintió como su lengua delineaba se sexo, sus labios. Sin forcejeos, su lengua se escondió en el interior de sus paredes, mientras la yema de su dedo acariciaba el botoncito de su clítoris. Los gemidos de Ella clamaban como avisos para Él, su pene, fuerte y duro, se hundió en el interior de la grieta que su lengua había abierto tras la lluvia de la vagina de Ella.
El liquido aguoso liberado de su pene, caliente, fue el refresco que calmó su noche, la noche de Ella.

. dijo...

A ti, sabe a ti...

Juan Sebastián Fernández Gärtner dijo...

irresistible